domingo, julio 31, 2005

Azul y rojo

Conversación en una taberna cartaginesa
En una lejana tarde como tantas otras, cuatro viejos camaradas de negocios compartían un breve descanso de sus actividades comerciales bebiendo y platicando de las cosas más variadas. Como casi siempre les ocurría en vacaciones, lejos de la patria, terminaron discutiendo de política encendidos por el vino y la añoranza del suelo natal. El espartano no paraba de ufanarse del ejército de su polis, superior en disciplina y organización a cualquiera de los vecinos que se le compare. El ateniense, un poco cansado de tanta perorata bélica, expresó entonces que por nada del mundo cambiaría el desarrollo cultural de su querida ciudad, debido, sin lugar a dudas, a las bondades de la democracia como único sistema de gobierno verdaderamente eficaz. Por su parte, el corintio no pudo evitar responderle que su tan querida democracia no solucionaba, por sí misma, los problemas de amplios sectores de la población empobrecidos ante tan injusta distribución de las tierras públicas… Interrumpió allí el macedonio, algo pasado de copas pero conservando aún la dicción, cuestionando desconcertantemente la esclavitud como sistema y asegurando, amenazante, de que su pueblo pondría todas las cosas en su lugar y terminaría con las diferencias sociales y económicas, para instaurar un orden renovador. Aprovechó también para insultar al espartano por su arrogancia y necedad gritándole violentamente desde el extremo opuesto de la mesa. Por esto, pero mucho más por la impertinencia de plantear un mundo libre de esclavos, el espartano –hombre de poca tolerancia y fácil provocación- inmediatamente le rompió una silla en la cabeza y se dispuso a patearlo. Escandalizados por el devenir de los acontecimientos, el ateniense y el corintio (que dudaba entre defender a su amigo o abstenerse) no se decidían a actuar, pero la no reacción del macedonio los determinó a tratar de contener al espartano, que furioso y desafiante se deshacía en improperios. Todo acabó cuando el dueño, un moreno corpulento de orígenes fenicios, optó por sacar a empujones a estos comensales inadaptados y ruidosos mientras pensaba, como tantas otras veces: “siempre lo mismo con estos ridículos griegos, cuándo aprenderán que estas discusiones políticas nunca resuelven nada… ¿acaso no pueden comprender que sólo la economía y las riquezas construyen la felicidad de un pueblo?”

“La ideología está cuando las respuestas preceden a las preguntas”
-Luis Althusser

Prólogo
Puesto a reflexionar sobre las razones y el sentido de una distinción política clásica, he de prescindir de análisis históricos y de la valoración, en cuanto me sea posible, de sucesos concretos que dejaron huellas indelebles en nuestra memoria colectiva… o nos los recuerdan los estudiosos del tema.
Asimismo he debido tener en consideración definirme a través del escrito por una u otra postura en forma explícita o dejarlo a la libre interpretación lectora. Creo conveniente dejar sentado desde el comienzo que ante la disyuntiva de los caminos de la izquierda o de la derecha, me es inevitable transitar por la vía de la…

¿El huevo o la gallina?
Algo siempre interesante y pleno en intrigas es tratar de descubrir, entre dos formas antagónicas que aparentan inmortalidad, cuál fue primera y cuál la sucedió, porqué tuvo origen la separación y quién tomó la decisión de separarse. En este sentido, la derecha se manifiesta como protectora del “status quo”, guardiana de las tradiciones y la “normalidad” de las cosas, entendiendo como normales aquellas cosas que hoy se ven similares a como se veían ayer. De aquí que es la derecha la primera en ser, es la derecha la condición primera de cualquier mentalidad justamente porque su actitud consiste en mantener las condiciones dadas.
Ante la pregunta de si el hombre es “por naturaleza” de derecha o de izquierda, me atrevería a inclinarme por la primera entre ambas posturas posibles, pues, a mi modo de ver, la izquierda es una “degeneración” de los instintos humanos, una ideología que fuerza al ser humano en su naturaleza animal para llevarlo a una posición superadora. Por esencia el hombre es de derecha, y quizás por ello mismo el pretender ser de izquierda demuestra, una vez más, que no sólo los instintos nos gobiernan, que no es posible considerar a un individuo aislado de su comunidad y su cultura, sin que deje de ser un individuo.
El lenguaje en general y la religión en particular se muestran incisivos con estos términos, incuestionablemente determinan una carga positiva respecto a la palabra “derecha” y una negativa a su opuesta. Derecho es aquello que es “recto, justo, legítimo, fundado, razonable, directo, ordenado” y podríamos seguir enumerando. Incluso el derecho es –siempre de acuerdo al diccionario de la RAE- la “consecuencia natural del estado de una persona, o de sus relaciones con respecto a otras.” Izquierdo, muy por el contrario, quiere decir “torcido”. Quien es zurdo es una persona que va por la vía “incorrecta”, a contramano del mundo, sin rectitud, cuestionándolo todo. El zurdo quiere que el mundo sea al revés de lo que es, “al contrario de como se debía hacer”. Y sin embargo, y le pese a quien le pese, el corazón se ubica del lado izquierdo de cada ser humano… e izquierdo será entonces lo “que está situado en el mismo lado que el corazón del observador.

Rojo
Rojo es el color de la sangre, o bien la sangre es de color rojo. Porque la pasión es roja y del mismo modo la revolución. También es roja la bandera comunista que parece encendida, porque el rojo da la idea de calor, de fuego, otra vez de sangre. Y esto poco tiene que ver con la nieve, con los polos, con los paisajes rusos. Pero rojo también es el color de los trajes militares ingleses. Y rojo es el color imperial, el color del rey. ¿Escucharon hablar de las revueltas campesinas de tiempos medievales porque les prohibían vestir de rojo? Rojas son aquellas partes de nosotros mismos por las cuales dialogamos con el corazón, también rojo, como la sangre.

Métodos vs valores
En vano es negar aquello que es, más allá de nuestra conformidad al respecto, o de la real utilidad o conveniencia de que exista. Hablamos en términos de izquierda y derecha, seamos o no concientes de la situación, o de que en cada uno de estos inmensos campos se cultivan verduras que pueden resultar increíblemente similares, pese a la diferencia de suelo y abono. La clasificación es.
En estos campos –no tan fértiles como en un principio- podemos descubrir al menos cuatro posturas definidas de sus respectivos agricultores. Partiendo de la combinación entre los principios sublimes de libertad e igualdad, Bobbio desentierra cuatro categorías, dos de cada lado de la cosecha. Desde la extrema izquierda hacia la extrema derecha, encontramos al jacobinismo (movimientos y doctrinas igualitarios y autoritarios), el socialismo liberal (movimientos liberales e igualitarios), los partidos conservadores fieles al método democrático pero desinteresados en cuanto la idea de igualdad social (liberales y desigualitarios) y finalmente el fascismo y el nazismo (antiliberales y antiigualitarios) como representantes del sector más duro en cuanto la negación a los principios básicos.
Una cuestión importante a destacar es que entre los subgrupos de la izquierda y de la derecha, la diferencia entre sí radica sobre todo en una cuestión de métodos, mientras que el distinguir entre los grupos contenedores tiene que ver con una cuestión de fines. La antinomia del método es relevante, en cuanto nos da un indicio de que, más allá de las diversidades entre izquierda y derecha, es posible vislumbrar características comunes que representan a moderados y extremistas de cada facción. No sorprende entonces que se puedan llevar adelante alianzas y fortificaciones mutuas entre la derecha y la izquierda del centro, democráticos y liberales e incluso entre los grupos extremistas, antidemocráticos y autoritarios, aunque esto parece más difícil de imaginar, y la historia se niega a prestar ejemplos suficientes para dar sustento a la primera aserción.
Tener en claro que métodos y valores se entrecruzan para dar lugar a propuestas variadas es trascendental a la hora de tomar partido por una u otra ideología política. El método o camino a seguir para la consecución de los valores que se profesan superiores, puede ser tan determinante que acabe por afectar a estos mismos valores, desvirtuándolos, quitándoles aquella virtud por la que se luchaba en un comienzo.
Un interrogante similar se plantea ante la confrontación de principios –o valores- y objetivos –que pueden terminar por confundir los principios iniciales. De allí que debamos ser cuidadosos, si acaso nos fuerzan a elegir, de observar ambos elementos y su recíproca confluencia. No hay razones valederas para limitar, en el campo de la política, determinados métodos a determinados principios, y en esto sí podemos encontrar acontecimientos históricos que dan fe de la capacidad de los métodos para adaptarse a valores aparentemente contradictorios, y viceversa. Un ejemplo podría verse en el valor del patriotismo, cuyos métodos de instauración pueden no ser de lo más “patrióticos”, o en el método del patriotismo que puede perder de vista fácilmente el interés de la Patria. Debe evitarse la asimilación absoluta entre métodos y valores, principios y objetivos porque esto puede llevar a descartar métodos y objetivos necesarios y convenientes que no implican de por sí una limitación a los principios y objetivos, aunque no coincidan en apariencia o en sustancia con estos últimos. Y por supuesto deben descartarse aquellos caminos que, una vez transitados, imposibiliten la instauración de los principios que se llevaban a cuestas.[E1]

Criterios propuestos
Según Cofrancesco, en el binomio “tradición-emancipación” se sustentan las cosmovisiones de la izquierda y la derecha, como distintas modalidades de interpretar la tradición. Agrega también una actitud cognoscitiva a la tesitura política, que puede ser “romántica o espiritualista” o “clásica o realista”. Para este autor son clásicas el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo científico y románticas el anarquismo-libertarismo, el fascismo y el tradicionalismo. Por otro lado, pueden englobarse como de derecha el conservadurismo, el fascismo y el tradicionalismo y como de izquierda el socialismo y el anarquismo, dejando al liberalismo la facultad de pertenecer tanto al pensamiento de izquierda como de derecha de acuerdo a la coyuntura. La actitud romántica es la del que vive la política desde sus sentimientos, casi con devoción; la realista es la del libre pensador, que observa desde un nivel crítico. No obstante lo discutible del tema, a mi modo de ver el liberalismo debe comprenderse más como característica de la derecha, punto sobre el que volveré más adelante.
En cuanto al poder, la derecha, dado su carácter tradicionalista, lo comprende como principio de cohesión. En un sentido opuesto, la izquierda ve en el poder una fuente de discriminación: “Los de izquierdas están obsesionados por el abuso del poder; los de derechas por su ausencia; los primeros temen a la oligarquía, origen de toda vejación, los otros a la anarquía, fin de toda convivencia civil”.
Otros autores proponen la dualidad jerarquía-igualdad para caracterizar el componente esencial de la derecha y la izquierda. De los mismos términos empleados surge implícita una contradicción en cuanto el verdadero antónimo de igualdad es “desigualdad”, vocablo que se evita con toda intención, ya sea para disimular su carga negativa, ya sea para excluir al liberalismo de caer forzosamente en el campo opuesto al lado del corazón.
Revelli nos ofrece criterios diversos para arar nuestros campos ideológicos, sean estos respecto al tiempo (progreso-conservación), los sujetos (autodirección-heterodirección), la función (clases inferiores-clases superiores), o el modelo de conocimiento (racionalismo-irracionalismo). Sin embargo, la correlación entre estos elementos y su total coincidencia con las categorías de izquierda y derecha no necesariamente ha de ser plena, e incluso puede ocurrir que combinen someramente o se entrecrucen. Termina entonces por sostener que “el tema que reaparece en todas las variaciones es el de la contraposición entre visión horizontal o igualitaria de la sociedad y visión vertical o no igualitaria.” Con lo que afirma que el concepto fundamental para entender la segmentación se basa en el principio de igualdad y sus oposiciones. De la igualdad-desigualdad surgirán los otros criterios mencionados, entendidos como una derivación de esta división primaria.
Podemos concluir diciendo con este autor que los conceptos de derecha e izquierda son relativos, en cuanto su contenido es mutable y adaptable. “No se es de derecha o de izquierda, en el mismo sentido en que se dice que se es “comunista”, o “liberal” o “católico”. De allí mi insistencia en imaginar un “campo ideológico”, un territorio que presenta al menos dos geografías lo suficientemente diferenciadas como para que no sea posible cultivarlas a la vez, pero comprendiendo que “lo que es de izquierda lo es con respecto a lo que es de derecha”, e inversamente.
Esta simple oposición no permite inferir la calidad de de los productos de la siembra, ni siquiera su especie… pero tampoco debe llevarnos a pensar que estamos parados frente a categorías de la nada, a campos que sólo se distinguen por el propietario y la denominación. Cada semilla, una vez en uno u otro de los campos, terminará por perecer o desarrollarse bajo las condiciones específicas de cada campo, que determinarán su contenido.

Azul
Azul es el cielo, el espacio, el Universo. Azul es la policía, el príncipe y el ministro. Un “libro azul” es un libro de gobierno. Y cuando la sangre es azul, he allí indicio de nobleza. Y el azul ruso es un gato, característico de la nobleza rusa. Azul es el frío, el viento, lo estático. El hombre es azul porque no puede ser de otro modo ni de otro color, porque el azul es lo que es y lo que debe ser.

El quid de la dicotomía
De los criterios enunciados con anterioridad, quisiera poner el énfasis en las ideas de “tradición-emancipación” y “conservadores-progresistas”. La posición de la izquierda y de la derecha frente a la cultura y al cambio traduce la dualidad en una “derecha reaccionaria” y una “izquierda revolucionaria” lo que en cierta medida se vincula con el tema de los “métodos” para el establecimiento de valores en uno u otro sentido político. Nuevamente parece oportuno discurrir que no toda izquierda tiende a la revolución, ni toda derecha pretende la reacción, sino que estas singularidades del cambio (tan similares por su potencia disruptiva y tan incompatibles por sus objetivos) son más bien características de los extremos de la clasificación general, cuya semejanza en la negación de la democracia recalqué desde un comienzo.
Entonces me dispongo a postular el criterio que, de acuerdo con Bobbio, nos sirve de piedra angular sobre la cual asentar las categorías de izquierda y derecha, y éste es el criterio de igualdad –o de desigualdad- a partir del que construyen sus doctrinas. Dirá el profesor italiano “la diferencia entre derecha e izquierda está en el distinto criterio en base al cual se establece quiénes son los iguales y quiénes son los diferentes.” Y de esta misma expresión surge con claridad que buscar afanosamente un ideal de igualdad no es óbice al reconocimiento de la diversidad entre los individuos. Aquél sublime principio de la justicia legado por Ulpiano, “suum cuique tribuere” contiene en sí mismo la necesidad de admitir como la pluralidad, puesto que cada uno debe recibir lo suyo, y no “lo mismo”. La “igualdad para con los iguales” lleva a admitir forzosamente la “desigualdad para con los desiguales”. Una vez más, “el criterio entre derecha e izquierda está en el distinto criterio por el que se distinguen los iguales de los desiguales.”
La izquierda como igualitaria y la derecha como no igualitaria enseguida encuentran un tope a su demanda por mayor o menos igualdad. Encuentran las barreras las utopías que buscan hombres absolutamente iguales como los regímenes que desean a la totalidad de sus miembros desiguales. Porque, para lograr la desigualdad en ciertos aspectos debe partirse de la igualdad en otros y para llegar a la igualdad de todos –siempre refiriéndonos a “algunos aspectos”- será necesario admitir y provocar la desigualdad de varios. “Es difícil imaginar una teoría ética que pueda tener un cierto grado de plausibilidad social si no se determina una consideración igual para todos en cualquier cosa.”
Introducido este fundamental concepto de igualdad, para un desarrollo cabal de la idea debemos añadir otro, también fundamental, como es el concepto de libertad. En un vistazo rápido a la díada, podría pensarse a la “igualdad” como valor principal promovido por la izquierda y a la “libertad” como valor propiciado por la derecha. O al menos esa era mi posición antes de reflexionar seriamente sobre el tema: así como el “liberalismo” no puede encuadrarse en alguno de los dos compartimientos sin dejar la sensación de que el encasillamiento es forzoso, el valor “libertad” tampoco puede pensarse como atributo de la derecha, en especial cuando algunas doctrinas, típicamente caracterizadas como derechistas han recortado y mutilado las libertades del hombre.
No deben considerarse libertad e igualdad como valores opuestos en cada lado de la balanza, que aumentan o decrecen con la disminución o el crecimiento de su contrario. En este sentido, para Bobbio “mientras la libertad es un estatus de la persona, la igualdad indica una relación entre dos o más entidades.” Esta definición básica tiene relevancia cuando se peticione la renovación de esos principios. De aquí que pueda ponderarme como un “liberal a ultranza” en cuanto festejo sin recelos el otorgamiento de mayores libertades al individuo, especialmente por tener en cuenta que las propias libertades individuales tienden a ponerse coto. La libertad es entonces un bien atribuible a un individuo per se, y por ello es que una persona puede llegar a ser “libre” (en los más variados ámbitos) pero no puede llegar a ser “igual” si no se considera a otra persona con la que se compare al primero. ¿Igual a qué, si no es a otra cosa que se le asemeje? Comprendida la igualdad como un valor social (en cuanto nadie puede querer ser “simplemente igual”) ello no quita la posibilidad de que ambos valores –libertad e igualdad- puedan confrontarse al momento de juzgar sobre la “igualdad en la libertad” no siempre coincidente con otros criterios en los que también se busca la “igualdad a secas”.
Imaginemos el caso de una ridícula legislación que, en el afán de unificar y homogeneizar más a su población, en vista de un racismo recalcitrante de los ciudadanos, les impusiera el casarse –y reproducirse- con un individuo de una etnia diferente a la propia. La tendencia a la igualdad afectaría gravemente el derecho de tener descendencia con quien cada uno desee, pero de este sólo razonamiento no podría inferirse que la igualdad va necesariamente en contra de la libertad: dando una vuelta más de rosca a la imaginación, si la legislación –y esta vez, si bien ridícula, no se aleja tanto de la realidad histórica- impusiera la endogamia para cada raza, nuevamente se nos afectaría el mismo derecho, pero en el sentido contrario. La tendencia a la “reafirmación de las desigualdades naturales” terminaría por herir de muerte a la libertad individual de elegir una persona más allá de tener un distinto color de piel. Se confirma así que libertad e igualdad son categorías diferentes y por lo tanto no pueden tenerse por opuestas, más allá de las posibles recíprocas oposiciones.
Abandonando la libertad como principio viable para fundamentar la bifurcación entre el azul y el rojo –no es menester la enumeración de doctrinas en ambos lados que afirmaron o negaron libertades- entraré de lleno a la circunspección del principio de igualdad como decisivo para dar significación y entendimiento a la distinción política tratada. “Igualdad” (rojo) y “desigualdad” (azul) son los términos que dan lugar a la antinomia.
En primer lugar, de cada lector –y de su postura ante la distinción- depende el interpretar igualdad y desigualdad como palabras buenas o malas, más allá de que la segunda (desigualdad) de por sí suena negativa en cuanto “niega” la igualdad. Pero la igualdad también puede querer decir dejar de lado las virtudes y esfuerzos individuales mientras que su opuesta puede representar justamente un reconocimiento a tales virtudes, o a la misma unicidad de cada ser, que lo convierte en “algo” al darle un valor autónomo.
Fantaseando sobre la posibilidad de la existencia de un mundo de “iguales”, por ejemplo, una comunidad en la que todos fueran clones de una misma persona, tal vez haya quien lo vea con agrado discrepando con mi aberración nauseabunda ante la falta de “originalidad” y “capacidad de elección” que eso provocaría. Claro que tampoco sería feliz en un mundo en el que todos sus habitantes fuéramos de “especies diferentes”, sin “igualdades” que nos sirvan para diferenciarnos… no obstante esta situación no me causaría tan profunda aflicción. Cada quien es libre de exponer sus creencias y razonamientos para decidirse por viajar a uno u otro planeta aunque es probable de que los desenvuelva una vez subido en el trasbordador
Y es que dos gemelos siempre van a ser diferentes, por más que se parezcan al detalle, pero al mismo tiempo iguales, o más iguales que con respecto a otros. Aún criándolos bajo idénticas condiciones y en un idéntico entorno mi posición es que siempre serán desiguales, si bien la igualdad sea de toda evidencia. Ello porque “los hombres son tan iguales como desiguales. La aparente contradicción de las dos proposiciones depende únicamente de lo que se observa.”
Cada vez que analicemos un tópico particular, estaremos parados en este campo o en aquél, jamás en ambos a la vez. Somos machistas (entendido como la creencia en la natural superioridad del hombre) o feministas (la creencia en la igualdad de las mujeres partiendo de la no aceptación de una “superioridad masculina”), pero nunca ambos a la vez y con respecto a la misma cosa (principio de no contradicción). Lo que no excluye que se pueda ser machista respecto a algunas cosas y feministas respecto de otras. Distinguir entre hombres y mujeres me resulta natural, en cuanto somos distintos. Pero “la diversidad se hace relevante cuando está en la base de una discriminación injusta”. Y entonces la injusticia no deriva de la diversidad, sino de la falta de justificativos para discriminar.
En la específica distinción entre izquierda y derecha “el igualitarismo es el elemento que mejor caracteriza las doctrinas y los movimientos que se han llamado “izquierda”, cuando esto sea entendido no como la utopía de una sociedad donde todos son iguales en todo sino como tendencia, por una parte, a exaltar más lo que convierte a los hombres en iguales respecto a lo que los convierte en desiguales, por otra, en la práctica, a favorecer las políticas que tienden a convertir en más iguales a los desiguales.”
Tenemos entonces a dos clases de sujetos, quienes quieren ver a los hombres más iguales y quienes quieren verlos menos iguales. Los primeros buscan, a través del cambio social, eliminar desigualdades. Los segundos observan que por naturaleza existen las desigualdades, y por ello quieren afirmarlas.
Puede decirse entonces que hay un camino en la formación de la mentalidad de cada uno de estos sujetos para llegar a concluir de modos diferentes. Podríamos ejemplificar con lo acontecido en las últimas semanas en un barrio en el que se había dispuesto la construcción de viviendas sociales, y cuyos residentes se opusieron alegando especialmente la consecuente disminución de seguridad y venalidad de los inmuebles al traer gente “diferente” o marginal. Separándonos de las impresiones particulares, pues es casi seguro que los destinatarios de las viviendas estarán a favor de la medida y los habitantes del barrio en contra, tratemos de situarnos un paso atrás y tomar posición a favor o en contra de la medida política sin estar involucrados en concreto, pero con la potencialidad de ser parte del grupo de los residentes o de los desposeídos. Esta neutralidad, si bien no se puede alcanzar en términos absolutos, se refiere a la consideración de lo que “preferimos para nuestra comunidad”. Quienes sean de izquierda, y por ello igualitarios, estipulan la igualdad como algo bueno, porque les parece bueno todo aquello que iguale a las personas entre sí. Al revés de lo anterior, quienes sean de derecha estipulan como bueno el ideal de la diferencia, pues aprecian aquello que distingue a las personas, como puede ser la raza o la clase. Ambos grupos consideran justo que a los iguales deben darse iguales derechos, y por ello deben darse derechos distintos a los desiguales. La diferencia entre ellos consiste en el distinto modo de sopesar qué criterio es de una magnitud tal que pueda explicar razonablemente una actitud igualitaria o diferenciadora.
Volviendo al ejemplo, algunos verán en la clase social una peculiaridad lo suficientemente importante como para originar medidas diferentes de acuerdo a la clase de que se trate. Una tercera y final etapa deberá discernir el carácter concreto de la medida política a aplicar. ¿Es la clase una característica que me diferencia de los habitantes de las villas de emergencia? Sí. ¿Es lo suficientemente importante como para negarme a que vivan en el mismo barrio en que reside otra clase? Sí. ¿Qué medida puedo aplicar? Una manifestación en contra del gobierno. ¿Es la clase una característica que me diferencia de los villeros? No. La medida será entonces a favor de la construcción de las viviendas, la discriminación no se justifica. Vivimos en una época de creciente agitación y cuestionamiento de las condiciones tradicionales de la desigualdad.
Una vez más apelo al maestro italiano para la explicación del abecé de la igualdad: “El concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Es relativo por lo menos en tres variables a las que hay siempre que tener en cuenta cada vez que se introduce el discurso sobre la mayor o menor deseabilidad, y /o sobre la mayor o menor viabilidad, de la idea de igualdad: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o los gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; c) el criterio por el cual repartirlos.” Si tenemos tres variables, cada vez que busquemos la igualdad deberá ser entre determinados sujetos, para igualarlos en determinados aspectos y utilizando un criterio u otro. Si queremos que una competencia de atletismo sea igual para todos sus participantes, lo justo es que recorran iguales distancias y el criterio sea el tiempo que tardaron en llegar a la meta, o mejor dicho la velocidad. Si esta competencia es entre individuos con diversas discapacidades quizás podríamos aplicar el criterio de la esfuerzo, y así determinar como ganador no al más rápido sino al que denote mayor esfuerzo y compromiso. En ocasiones pueden interrelacionarse varios criterios, atendiendo a las finalidades que se atiendan. Y en ocasiones un criterio resulta definitivamente más importante que los demás, por lo que debe ser considerado rechazando cualquier otro. En el típico asunto de la designación del abanderado escolar, el criterio “estimación de las calificaciones” debiera imponerse en principio sobre criterios como “conducta” o “liderazgo” si no se quiere caer en subjetividades y cuestionamientos posteriores en razón de estos criterios más difusos.
La célebre frase marxista “de cada quien según su capacidad, a cada quien según sus necesidades” implica que para Marx el criterio de la necesidad es mejor que el de la capacidad para igualar a los hombres, pues los individuos serían por naturaleza más afines en sus necesidades, mientras que las capacidades entre un individuo y otro distan en mayor grado de ser comparables. No comparto este criterio de la necesidad porque, al fin y al cabo, me parece bastante más “difuso” y dependiente que el criterio al que se opone, de la capacidad. Esto último es discutible y quizás la visión particular se vincule estrechamente con la posición sobre los campos ideológicos.
La izquierda es igualitaria y la derecha diferenciadora. Con recordar la fantasía del mundo de clones basta para tener en claro que no es necesario proclamar una igualdad absoluta para ser igualitario, muy por el contrario, se tiene que partir del reconocimiento y aceptación de ciertas diferencias. En el caso de la derecha, que busca reafirmar las distinciones naturales entre las personas, también se da por hecho que no puede pretenderse, más que como ridículo extremismo y carente de sentido –e imposible en la realidad-, una desigualdad absoluta que nos vuelva a todos diferentes en todos los aspectos.
El campo de la derecha está sembrado de tradición, el de la izquierda busca emanciparse de doctrinas naturales consagradas. La izquierda ve en la sociedad la causa de la gran mayoría de las desigualdades de los hombres, por ello –dado su carácter de culturales- cree que es posible suprimirlas. La derecha piensa diferente: estas desigualdades son características del hombre por naturaleza, por esencia, ¿cómo podría ir entonces contra la misma sustancia que es parte componente de nuestra existencia? El rojo, movido desde el corazón, niega las razas, las clasificaciones discriminantes, la “natural injusticia”, vieja como la misma humanidad y busca, en su lucha interminable frenar el ímpetu de los egoístas y fortalecer a los débiles.

Test uno: eleve la zurda
Definirse como hombre de izquierda no es tarea fácil. Porque ser de izquierda es ser para la izquierda y renunciar a los propios privilegios si ello es necesario en la conquista de las distintas clases de igualdades. Cuando la acción se encamina hacia la izquierda se busca equilibrar la balanza a favor de los perjudicados, o al menos se aspira en consideración a ese principio máximo, fortalecer al débil.
No parece malo querer cambiar al mundo favoreciendo a los perjudicados y fortaleciendo a les débiles, el quid radica en la capacidad de determinar quién es el débil que se quiere proteger y a qué precio y bajo cuales condiciones.
Tradicionalmente, los grupos que se denominan de izquierda tienen una postura favorable al aborto, no se puede negar cierta asociación entre los movimientos feministas y los zurdos, y del discurso se puede interpretar que se pretende defender a la mujer, a su derecho a decidir, viéndola desde una perspectiva de desigualdad y debilidad frente al hombre –legislador- incomprensivo de la situación que le aflige. Y la derecha, muy por el contrario, suele embanderarse en la defensa del feto, más allá de los argumentos que se usen en la justificación. Que el feto es más débil que la mujer, nadie lo discute, ni tampoco que tenga alguna responsabilidad en el malestar de esta última. Con lo que la “protección del más débil” se vuelve relativa, al menos respecto a casos controvertidos, en los que no se distinguen con facilidad extremos opuestos de “fuerte-débil” respecto a los cuales adherirse o rechazar.
La izquierda sufre en la actualidad una grave crisis de identidad, al punto de que hay quienes hablan de que sus militantes sienten vergüenza de lo que alguna vez fueron o de lo que no pudieron ser. La inestabilidad y vacilación contemporánea de sus principios fundamentales hace que muchas veces, en la cacería del sufragio viren hacia la derecha y se confundan con sus propios enemigos. Por supuesto que nada bueno puede obtenerse de estos giros inesperados, en cuanto la izquierda no conseguirá votos por adoptar tendencias tradicionalmente de derecha, en cuanto quienes simpaticen con los ideales zurdos tomarán las modificaciones como una traición antes que como una conciliación con posturas diferentes. Mientras que la derecha si puede permitirse acercamientos a su opuesto y de este modo conseguir la adhesión de indecisos, indiferentes y hasta de sus propios antiguos opositores. La derecha tiene la facilidad de presentarse “natural”, mientras que la izquierda necesita la devoción axiomática a sus valores elementales.
El hombre de izquierda tiene un compromiso ético grave, asumir sus deberes requiere una responsabilidad delicada, que a la menor desviación se arriesga a convertirse en hipocresía. Su búsqueda de la igualdad “real” exige una clara identificación y apego a los ideales por los que lucha, para no terminar siendo aquello que más odia, la injusticia.

Democracia o barbarie
La gran virtud de la democracia es que el gobierno es del pueblo, y como el pueblo somos todos, todos gobernamos, aunque sea mediante nuestros representantes. Entonces la democracia posibilita que todos seamos iguales respecto al poder, y esta igualdad que afirma la democracia puede llevarnos a emparentarla con la izquierda puestos a elegir ante el binomio. Al punto que Sartori niega que la idea de igualdad pueda caracterizar a la izquierda porque desde los griegos hasta ahora caracteriza a la democracia.
Si bien la democracia posibilita la igualdad, no creo que por ello deba ser tenida por igualitaria. Históricamente, desde los griegos hasta ahora la democracia no ha sido obstáculo para las desigualdades respecto a su mismo ejercicio. Y así como los plebeyos debieron reivindicar derechos políticos a los patricios, las mujeres hicieron lo propio ante los hombres. Pero sí me permito pensar que una democracia que tiende a la igualdad es todavía más democrática.
En sí misma, la democracia no es patrimonio de izquierdas ni de derechas, pero tiene en común con la izquierda que se perfecciona con la tendencia a la igualdad, con la diferencia que los límites son bastante más precisos y su tendencia, por más afortunada que aparezca, no puede sobrepasar las vallas que tipifican toda democracia y que se resumen en el respeto por la diferencia, aunque se tienda a la igualdad. Con lo que igualdad y democracia no son términos sinónimos ni deben confundirse, y la izquierda, en la lucha por la igualdad puede llegar a excederse y enfrentarse a la democracia, pese a las coincidencias antedichas.
Quienes respeten los principios de la democracia, se sitúan por ello mismo lo suficientemente lejos de los extremos de la izquierda y la derecha, y de ahí que puedan emprender la tarea del consenso entre posturas irreductibles. Volviendo a Sartori, diremos que sus valores son “irreductibles, pero no absolutos. Por lo menos así debería considerarlos el buen demócrata. Las dos corrientes son respetables, y los dos hombres (liberal y socialista), aunque adversarios, no son enemigos; porque los dos respetan la opinión de los demás; y saben que existe un límite para la realización del propio principio. El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua de los ideales, ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común”.

No al tercero excluido
Puestos a dilucidar si la elección entre estas dos categorías transversales es forzada o facultativa, si en ellas se subsume realmente todo el espectro de actividades políticas imaginables, entonces “tertium non datur”, se es de izquierda o de derecha indefectiblemente.
Pero si el centro tiene alguna significación autónoma, justamente se refiere a una posición equidistante con respecto a estos extremos. La búsqueda de un tercero inclusivo, que no sea ni uno ni lo otro sino la suma integradora y consensuada de ambos representa ese ideal aristotélico que expone en su Ética a Nicómaco: el justo medio es lo virtuoso (in medium virtutem).
Niego y reniego de esta clasificación en cuanto se pretenda obligarnos a tomar una posición ideológica irreversible ante cada asunto político a considerar. Deben evitarse a toda costa los encasillamientos de quienes ponen a otros la etiqueta de “gorila” o “zurdo”, cuando lo que buscan es la división social antes que la definición de aspiraciones y expectativas de los diversos sectores comunitarios.
Por ello es que el centro debe representar una alternativa válida y renovadora, mucho más que un reservorio de concepciones difusas y variables que a modo de veleta política se adaptan a visiones mezquinas y opuestas para favorecer determinados contenidos, sino, y en todo caso, representar el puente entre distintos campos, donde concurren los símbolos contradictorios y se aglomeran las polémicas, para lograr, a través del debate y la confrontación teórica, un pensamiento sólido, pragmático y solidario en vistas la concreta resolución de los conflictos presentes. Ante toda bifurcación que se contraponga, siempre será un buen recurso plantearse las modalidades de una vía intermedia o coyuntural: tertium datum est.

Cuestión de tonalidades
Y al fin y al cabo es todo un asunto de matices. Toda ideología está imbuida de intereses, lo que en sí mismo no tiene porqué disgustar a nadie. Nada se descubre si se dice que la izquierda en realidad defiende los principios de la izquierda, más que los de la universalidad social, y de igual modo respecto a la derecha.
Estos intereses podrán complementarse, excluirse o confrontar y la existencia de estos grandes campos, de cultivo o de batalla, será positiva o negativa en base a la actitud de los individuos que sostengan sus valores, mucho más que los valores en sí. Izquierda y derecha no son más que un combo de criterios, de posturas, de posicionamientos para ver el mundo y sus problemas estructurales. Posturas, no personas. Cuando el sujeto se pinta de rojo (o de azul), ya nada tiene que ofrecer al consenso. Seguir los dogmas ciegamente, casi por instinto, nos lleva irremediablemente a la autodestrucción, al menos como grupo humano inseparable en su colectividad.
Coloración también significa pretexto. Que el azul y el rojo sean Ideas motivadoras para el progreso social es plausible y necesario. Mientras la Idea no se vuelva un dogma que limite el pensamiento. Porque el tono termina por convertirse en color puro, lo mejor es evitar la discusión. Pues como decían los quirites, “de gustibus et de coloribus non est disputandum.”
Nuestra contemporaneidad nos atosiga con una gama mucho mayor de la que imaginaron los antepasados políticos. Ahora hay partidos “verdes”, que luchan ante todo por el medio ambiente y la protección planetaria del maltrato del hombre. También se pueden ver movimientos “rosas”, que representan las minorías sexuales en sus diversas manifestaciones, bregando por igualar sus derechos a los de la mayoría.
¿Pueden incluirse estos nuevos intereses en los campos determinados con anterioridad? ¿Puede decirse que las fracciones que surgen en los países privilegiados responden a uno u otro sector del espectro bidimensional izquierda-derecha? Como se ha dicho, es todo cuestión de tonalidades. Habrá verdes más oscuros o más castaños, rosas muy concentrados o más bien morados, pero en cierta forma, y siempre partiendo de una perspectiva definida de antemano, nada escapa a la díada, todo queda sujeto a la histórica (y connaturalmente humana) clasificación entre izquierdas y derechas.

Conversación en el limbo
Otros cuatro amigos de antaño, Jesús, Federico, Ernesto y Francisco, deliberaban sobre la posibilidad de liberar a su querido antecesor, el valiente titán Prometeo. Ernesto se mostraba innegociable: Las cadenas debían destrozarse y la opresión del todo poderoso Zeus ceder ante el espíritu de la Igualdad. Herramientas en mano, instaba a sus colegas al combate por tan noble propósito y reñía descaradamente con Federico que se negaba en forma categórica a colaborar en la empresa. “Ese infeliz merece los suplicios del rapaz, por ingrato e imprudente. La compasión ante los débiles e infortunados no es más que un vicio miserable de quienes creen poder cambiar lo que la naturaleza impuso.” Jesús, que predicaba con el ejemplo, propuso al grupo encadenarse ellos mismos junto a Prometeo, en señal de protesta, y esperar pacientemente que el Dios de muestras de su tan proclamada misericordia. Intervino entonces Francisco, para decir que no es bueno intervenir. “Laissez faire”, si realmente es un titán, tiene que poder liberarse sólo. Y entre charlas amenas y acaloradas discusiones pasaron la noche sin llegar a un acuerdo. Las primeras luces del amanecer se encontraron, como todos los días desde que el hombre conoció el fuego, con los alaridos y el tormento del gigante, cuyas entrañas eran devoradas interminablemente por un águila perversa, mientras, del otro lado del Cáucaso, las disputas intransigentes condenaban su destino.

Nota: Los conceptos vertidos en la presente composición -al menos en cuanto tenga de coherente- fueron tomados prestados al ilustre profesor italiano y senador vitalicio Norberto Bobbio, de la segunda edición de su libro “Destra e sinistra”, que me fuera facilitado muy oportunamente por el Sr. Nicolás Fantini. Vaya esto último a título de especial agradecimiento.

Extracto de la obra mencionada:
El contraste entre Rousseau y Nietzsche se puede ilustrar bien, precisamente, por la distinta actitud que el uno y el otro asumen con respecto a la naturalidad y artificialidad de la igualdad y de la desigualdad. En el Discurso sobre el origen de la desigualdad, Rousseau parte de la consideración de que los hombres han nacido iguales, pero la sociedad civil, o sea, la sociedad que se sobrepone lentamente al estado de naturaleza a través del desarrollo de las artes, los ha convertido en desiguales. Nietzsche, por el contrario, parte del presupuesto de que los hombres son por naturaleza desiguales (y para él es un bien que lo sean porque, además, una sociedad fundada sobre la esclavitud como la griega era, y justamente en razón de la existencia de los esclavos, una sociedad avanzada) y sólo la sociedad con su moral de rebaño, con su religión de la compasión y la resignación, los ha convertido en iguales. Aquella misma corrupción que para Rousseau generó la desigualdad, generó, para Nietzsche la igualdad. Allí donde Rousseau ve desigualdades artificiales, y por lo tanto que hay que condenar y abolir por su contraste con la fundamental igualdad de la naturaleza, Nietzsche ve una igualdad artificial, y por lo tanto que hay que aborrecer en cuanto tiende a la benéfica desigualdad que la naturaleza ha querido que reinase entre los hombres. La antítesis no podría ser más radical: en nombre de la igualdad natural, lo igualitario condena la desigualdad social. Baste esta cita: la igualdad natural “es un gracioso expediente mental con que se enmascara, una vez más, a manera de un segundo y más sutil ateísmo, la hostilidad de las plebes para todo cuando es privilegiado y soberano” (Nietzsche, Más allá del bien y del mal).

[E1]No puedo ocultar que esto último lo escribí pensando en e limitado de Guillermo, que se opone irrazonablemente a la inclusión del link de la revista en el sitio de internet del CED.