viernes, julio 22, 2005

Desconsideraciones intempestivas, por Guillermo Vázquez

I
¿Qué nos dice el reloj acerca del tiempo?
MARTIN HEIDEGGER, El concepto de tiempo

Comencemos por el final. O mejor, comencemos por lo que se quiere lograr en el transcurso de las páginas, y —con justificaciones como ésta— bien claro está desde ya que "lo esencial no se ha dejado decir". Comencemos por la hoja transparente que expresaba Joyce sobre el Ulises.
No nos preguntamos en este ensayo por acontecimientos (con todo el rigor filosófico que ha adquirido esa palabra en el siglo XX, en la filosofía del siglo XX) como los de París ’68 o Córdoba ’69, factibles de ubicarse sin dificultad dentro de los movimientos "de izquierda" (aunque opuestos a las izquierdas institucionalizadas dentro de partidos políticos franceses o argentinos). Tampoco nos preguntamos por fascismos de principios de los años veinte, factibles de encarnizar como "las" experiencias de ultraderecha. Hay, en este ensayo, un fantasma que lo recorre, como en uno de sus tantos libros Derrida intentaba hacer recorrer a Marx por Europa después de su aparente derrota absoluta (bajo la forma del espectro); el fantasma del que hablamos, que no pasa de ser un ejemplo (con toda la universalidad que envuelve a los ejemplos, distorsionando su particularidad, su singularidad, con la intención de ser mucho más que una apertura para pensar en acontecimientos semejantes) puede tener el nombre de Tiananmen. ¿Qué ocurrió en Tiananmen? ¿Qué ubicamos a la izquierda y qué a la derecha? ¿Fue la "izquierda" china-estatal imponiéndose con la furia de sus tanques sobre una minoría de "derecha", "contrarrevolucionaria"? ¿Fue una dictadura vergonzosa y asesina la que, en nombre de la revolución, de la igualdad social, acribilló a cientos de jóvenes que aclamaban un cambio, que pedían libertades?
Curiosa es la (di)similitud de Tiananmen con el mencionado mayo francés, donde gran parte de los estudiantes franceses se alineaban en el maoísmo (era la trinidad de las "M": Marx era Dios, Marcuse su profeta, Mao su espada); la revolución cultural de Mao era una guía, un modelo, si bien no inspirador absoluto en los diversos dominios de las barricadas francesas, al menos una posible salida abundante a los "adoquines" del PCF.
Estas discontinuidades temporales ejercidas sobre una revolución triunfante, son los hechos que este ensayo pretende pensar, preguntándonos por estos, tratando de dibujar una apertura más que una imposible clausura brindada por cualquier explicación que en vano se nos ocurra dar. Hay lugares de la historia que son imposibles de encasillar en categorías previamente diseñadas, apriorísticas. Sólo es factible ver izquierda y derecha como gestiones de una administración que tiende a fenecer al final de un período donde no ha podido ser realizado el objetivo último: demostrar lo insuperable del sistema.

Nuestras reflexiones pretenden dar cuenta de una categoría muy difícil de asimilar, que desde los comienzos de las denominaciones y escisiones entre hemisferios derecho e izquierdo, ha sido una forma esencial para definir qué encontramos de este lado, y qué del otro: esta categoría es el tiempo.
La temporalidad no ha sido solamente uno de los elementos puestos en juego para definir, sistematizar y precisar conceptualmente los campos de dominio así como las condiciones de posibilidad de una izquierda y de una derecha en el pensamiento político desde la modernidad hasta nuestros días; ha sido, sobre todo, la forma de ver cómo los sujetos políticos encaran su relación con el mundo, con los otros, con el espacio y la multitud que se constituye en objeto de su política.
En sus orígenes, revolo —"volver volando"— era un verbo latino que denotaba un regreso, un retorno hacia un punto originario, y fue utilizado para observar los ciclos de las transformaciones de formas constitucionales previamente diseñadas que no introducían nada diferente en el mundo político. Con la revolución francesa, y gráficamente con la topografía que mostró la Asamblea en setiembre de 1789, nos encontramos con una forma distinta de concebir el cambio político, las formas de gobierno, los entramados entre lo viejo y lo nuevo, entre dominadores y dominados. Desde ese momento, el cambio se convierte en cambio de raíz, y la revolución aniquilaba al pasado, lo abolía para instituir un orden absolutamente nuevo, nunca visto, sin diseño ni antecedentes con instituciones del régimen anterior: sin retorno a nada. Borrón y cuenta nueva.
La izquierda —casi como sinónimo de revolución—, desde allí, se ha caracterizado esencialmente por el afán de quiebre, de ruptura de la linealidad del tiempo, finalización de ese proceso conservador que venía dándose impidiendo la novedad.
Parecería que quedarnos en esa imagen de la izquierda revolucionaria, haciendo prácticamente una traslación ciega hacia la actualidad, sería un acto irrisorio, obcecado, vacío, limitado… dejando de lado toda la sustancia filosófica y política que vino posteriormente a saldar cuentas con esa izquierda francesa primigenia, sería escribir como si el pensamiento marxista no se hubiese desarrollado, como si el siglo XX no hubiese existido; es más: como si Bobbio —recientemente— no hubiese pretendido dar cuenta de los significados políticos actuales de esa fracción que amenazaba con disolverse después de 1991. Inclusive, es posible —con justeza— otra objeción: la Asamblea de 1789 no fue sólo una cuestión de cambio en la modalidad del tiempo en que venían produciéndose las revoluciones, no ha sido solamente una aniquilación de lo reaccionario, sino que también tuvo inspiración en nuevos valores, en distintos modelos —económicos, científicos, teológicos, éticos— que eran aspiraciones y productos de esa Revolución, más importantes aun que el mencionado quiebre temporal.
La dificultad está en captar todos los momentos factibles de caracterizarse como de izquierda y de derecha, y reunificarlos, observando detenidamente todo acontecimiento político que la historia haya tomado como "relevante", y proyectarlo, actualizarlo, acaso, porque es cierto que desde 1789 hacia acá, la izquierda ha sido mucho más que una ruptura con lo establecido, y la derecha también ha sido más que lo "establecido" o lo "reaccionario".
Con Marx (casi sinónimo de izquierda en gran parte del siglo XX), la historia adquiere un método pero el tiempo no cambia. Es el tiempo del espacio, el tiempo objetivo contra lo que Marx combate (el tiempo automático del capitalismo y sus relojes). No obstante, impuso una nueva dimensión lineal, automática, con un final de la historia que por necesidad se imponía, y que —esa parte del marxismo— no pudo lograr más que terror. Acaso lo irresoluto, lo trunco que quedó el marxismo, se debió no sólo a profundos cambios (o tan sólo afirmaciones) económicos, políticos, culturales a escala global, y estas "izquierdas" muy del siglo pasado quedaron absorbidas por estos procesos, sino también al silencio teórico y práctico del marxismo como "sistema", como "ciencia" sobre los acontecimientos futuros, el advenimiento de una sociedad nueva, de formas de relaciones humanas muy distintas a las que precedían. No había posibilidad de contingencia en la "sociedad sin clases", todo era júbilo. El problema es la ley, es la legalidad natural del materialismo dialéctico, cuyas predicciones debían cumplirse por necesidad. En alguna página maravillosa, Oscar del Barco nos dice algo parecido a que todos los gulags de la historia fueron hechos en nombre de la ciencia. El marxismo no cambió la concepción del tiempo, "Marx no elaboró una teoría del tiempo que se adecuara a su idea de la historia". Había mucho mesianismo, pero un futuro y un pasado dados, no contingentes, nunca factibles de sobrevenir en cualquier momento. El tiempo mesiánico es aquel que cree que puede sobrevenir el acontecimiento sin pensarlo, sin dejarlo a consideración de la causalidad de la historia previamente escrita.
El tiempo lineal del marxismo, que lleva a justificar la catástrofe, a observar la historia como catástrofe necesaria, ha sido observado como nadie por Walter Benjamin, quien viene a criticar el tiempo lineal pero no para un regreso a la concepción del eterno retorno (el tiempo para los griegos), sino valorando la contingencia revolucionaria, con un trágico lamento a la concepción de la historia como catástrofe, como fatalidad, curiosamente amparada en las "leyes naturales", que estaban tanto en la derecha como en la izquierda. Hay en Marx, claro, un corte con lo anterior (con el tiempo que en un principio fue lineal con la revolución francesa, y que ahora se transformaba en el tiempo del terror de las máquinas capitalistas), pero la dictadura del proletariado como tal no ha podido ser una concreción momentánea, sino continua, y así el tiempo vuelve a mecanizarse, a volverse la eterna promesa moderna de "realizar el Reino de Dios", según la expresión de Shlegel. Trotsky intentó esbozar una respuesta con el oxímoron "revolución permanente", pero parece ser una fatalidad que las revoluciones tiendan a institucionalizarse, a burocratizarse haciendo un tiempo vacío, donde los sujetos se limitan a acatar fenómenos que ordenan los relojes.

II
La revolución de julio representó aún un episodio en el que esa conciencia pudo hacer valer su derecho. En el anochecer del primer día de combate se comprobó que en varios lugares de París, independientemente y en el mismo momento, se habían efectuado disparos contra los relojes de los muros.
WALTER BENJAMIN, Tesis XV

Pero hemos pasado ahora, en el aspecto político, de una concepción lineal del tiempo, a un regreso al tiempo del eterno retorno, a la circularidad griega. Las opciones ya están tan claras, los valores tan esclarecidos en las opciones electorales que nada nuevo parece ocurrir.
Este eterno retorno del tiempo político-electoral actual, puede buscarse en una concepción de la izquierda y la derecha muy común en la teoría política contemporánea, que ha sido teorizada sobre todo por Bobbio en Derecha e izquierda.
El problema aquí parece ser la explicitación de valores de operatividad en el marco de las políticas de Estado. Lo axiológico es otra de las categorías de la escisión izquierda/derecha. Los valores nos llevan a lo más clásico, académico y establecido teóricamente en bibliografías europeas y norteamericanas. Igualdad, seguridad, libertad, justicia social, encuentran sus puntos de inflexión como absolutos, como abstracciones, como ideales en pugna constante, como preferencias que necesariamente se desechan unas con otras (igualdad con libertad, tal vez, es el caso más típico).
¿Qué observamos en estas taxonomías (ampliables, reducibles, criticables)?: observamos, como se ha dicho, formas universales que adquieren los valores, que pueden matizarse más y más, y que nos ofrecen una selección, combinatoria muy pocas veces sin entrar en contradicciones, nos dan posibilidades, las cuales, como posibilidades, son relativas al tiempo histórico, y al lugar sobre el que enunciemos: observamos, también, opciones electorales.
Toda esta descripción —que tiene mucho de incompleta y arbitraria— se enmarca en los límites descriptos por Bobbio, su mayor ideólogo: ultraizquierda y ultraderecha como opciones extremas y violentas (máxima igualdad y autoritarismo de un lado, desigualdad y autoritarismo en el otro), y socialdemocracia y centroderecha como opciones intermedias, ambas ponderando la libertad (una libertad hobbesiana, como ausencia de oposición), y altercando en el valor igualdad. La opción de Bobbio sólo es admirable si admitimos el Estado de Derecho moderno como forma ideal de gobierno. Si admitimos la representación política, el mandato como pacto para asegurar el mantenimiento de la opción triunfante, la jerarquía y la burocracia —consecuencias del mandato— en distintos niveles, y sobre todo la ausencia de conflictos: el orden. Los sujetos sólo intervienen en el momento de la elección, y una vez que optan, se limitan a crucificarse en la línea del tiempo que han elegido. Cuando los sujetos salen a las calles, gritan, llevan banderas, quieren cambiar lo que ha sido decidido por un grupo que se encuentra en el escritorio del gobierno de turno, observamos en ellos una forma distinta de concebir el tiempo. Es el tiempo benjaminiano, el tiempo mesiánico que piensa más en el dolor de las generaciones pasadas que en la dicha de los nietos que vendrán.
¿Un Partido con ideales liberales en Argentina, es lo mismo que un liberal británico, por ejemplo? Para esta concepción bobbiana, que de ningún modo se detiene a pensar la historia de las izquierdas y las derechas (aunque piensa que lo hace y que argumenta desde allí) en sus particularidades geográficas, universaliza las categorías, son denominadores comunes a todos los gobiernos del mundo. Estos acontecimientos parecen hacer resurgir la temporalidad como categoría manifiesta en la clasificación de izquierda y derecha originaria (la francesa): el cambio, la ruptura con la linealidad del tiempo, es la izquierda; el conservadurismo temporal (y axiológico), es la derecha. Pero el problema puede verse en que la categoría del tiempo es hartamente compleja y llena de supuestos erróneos cuando queremos enunciar sobre una política en un momento histórico, geográfico. ¿Qué podemos decir, entonces, de Cuba? Nadie va a negar el valor de izquierda en la igualdad social cubana, la forma en que "lo público", lo de todos, adquiere una densidad insuperable. En el orden global imperante de la libertad de mercado, lo viejo (el marxismo, el socialismo), pasa a ser derecha. Una invasión norteamericana podría ser vista, entonces, como un movimiento de izquierda en Cuba.
La izquierda y la derecha como divisiones clásicas entre valores, sólo pueden darse en un continuum, en un proceso (cuya idea lleva ínsito al orden) denominado Estado, y sin ningún lugar a dudas pertenecen al campo de la teoría política, de los encasillamientos, de una lógica modelada mediáticamente y matizada hasta el absurdo, hasta el extremo formalismo que nos lleve a pensar en "izquierdas democráticas", "izquierdas revolucionarias (¿puede haberlas en un gobierno?)", "socialdemocracias", "liberales de izquierda", "liberales de derecha", "populismos conservadores", "populismos revolucionarios", "republicanismo imperialista", "liberalismo imperialista", "neofascismos", "laborismos" y una lista interminable, acomodable a cualquier combinación factible con tal de re-presentar fenómenos políticos que se dan en las continuidades oficiales.

III

No, Sísifo no es feliz: está alienado, no por la vanidad de su trabajo, sino por su repetición.
ROLAND BARTHES, Proyecto para una Vita Nova
Lo que empaña la concepción repetitiva del tiempo político-electoral actual es, sin más, el pragmatismo político, la necesidad de adaptar las ideologías a nuevos campos, a solicitudes y reclamos guiados por esa suerte de justificación al miedo abstracto, futuro, que se llama "gobernabilidad", o como la llamó Foucault en alguna página, "gobermentalidad". Pueden enjuiciarse militares, pero el "momento político" dice que tenemos que poner punto final a la justicia. Puede creerse en la libertad política, en la soberanía, hasta en los servicios públicos, pero se invade Irak porque "estratégicamente" es lo correcto. Esto hace que se terminen tergiversando los valores (libertad, igualdad, etcétera) primeros, nuevamente, en afán de "lo mejor", de un ideal futuro que nunca termina de advenir.
¿Dónde están, en esta lógica de la teoría política, los acontecimientos? ¿Dónde se van a estructurar las vanguardias sociales que quieran tomar la palabra y la acción? ¿Necesariamente en un partido liberal o en un partido socialdemócrata o centroderechista? Hay una absorción absoluta de los sujetos políticos en procesos electorales, en mandatos que supuestamente conceden y a los cuales se los condena.
Creo que hay que volver al tiempo de los sujetos, a la temporalidad como constitución de la existencia, y olvidarse de los fenómenos, de la manera en que el reloj mide el tiempo.