domingo, mayo 29, 2005

"La democracia como forma de construcción del poder en América Latina", por Carlos Martínez

Desde los múltiples enfoques que el tema de la democracia abre a debate, sería interesante plantearse algunas ideas sobre su concepto y su papel en el camino que desde sus inicios las sociedades latinoamericanas han pretendido emprender hacia el bien común, concepto siempre atractivo en un plano ideal pero tan esquivo a la hora de concretarlo.
Este punto de partida desde lo latinoamericano no responde a un simple capricho ni viene a cuento porque los flamantes gobiernos de esta parte del mundo hayan puesto de moda cuestiones como La Unión Sudamericana o reanimado los resortes que dieron cabida al MERCOSUR sino por razones que responden a una historia común, un camino recorrido de necesidades comunes que creo deben ser revalorizados a la hora de trazar un plan de desarrollo estratégico sustentable en los países de la región.
Al hablar de democracia, como de cualquier otro tema, sería conveniente explicitar de qué estamos hablando y cómo, es decir, convenir en un concepto determinado del término “democracia” para evitar equívocos y con ello, confusión. En una región del plantea donde en varias ocasiones la democracia ha sido reivindicada para suspenderla con el objetivo de reforzarla para un futuro, resulta adecuado o al menos sensato para este ejercicio, consensuar un significado y trabajar en base a él.
Guillermo O’Donnell, politólogo en boga últimamente, distingue la democracia (del griego: gobierno del demos o pueblo entendido como ciudadanía) de la poliarquía o democracia poliárquica (del griego gobierno de muchos), fenómeno este último que estaría dándose en América Latina. Al hablar de poliarquía, se entiende la democracia como un simple método de acceso al poder, encierra en sí la posibilidad de votar y ser votado, un juego de reglas claras donde se establezcan derechos y garantías al ciudadano y límites al estado. En esta concepción, la democracia sería más que un método de acceso al poder, es decir, al pensar en un sistema democrático se piensa también en un estilo de vida, una forma de organización social. No implica solamente leyes dictadas en base a un estatuto constitucional que otorgue derechos y mande deberes para ciudadanos y para el Estado como aparato institucional, sino también significa una interrelación entre dichos sujetos que lo componen.
Y ya nos metemos entonces en un análisis más de campo, en la realidad, dolorosa por cierto, si se busca por esta región latinoamericana. En la actualidad, lamentablemente no existirían elementos para pensar que sus sistemas democráticos estén cumpliendo su cometido, y que dicho cometido haya sido asumido con responsabilidad. Se habla de estados en situación de peligro, de crisis económicas, institucionales y sociales. . .
Quizá el error radique en comparar las sociedades democráticas de Latino América de constitución legal similar a las denominadas democracias originarias del norte de nuestro globo, cuya composición social dista profundamente. Tanto es así, que en dichas sociedades ha venido primero la conquista de los derechos civiles y sociales, para dar lugar por último a los derechos políticos. Proceso inverso al que sufrieron las sociedades del cono sur, donde de la mano de los derechos políticos fueron entrando en vigencia los demás. Se nos plantea a este punto, la necesidad de la viabilidad de las democracias, un Informe del PNUD (Programa De Naciones Unidas para el desarrollo) nos ilumina sobre la cuestión: “Para muchos ciudadanos latinoamericanos, alcanzar mayores niveles de desarrollo en sus países es una aspiración tan importante que muchos estarían dispuestos a apoyar un régimen autoritario si éste pudiere dar respuesta a sus demandas de bienestar”. En definitiva, en nuestros países la población a la par de ir consolidando sus derechos políticos, debe aún completar su ciudadanía civil y social. Y esto que podemos afirmar tan simplemente, implica un cambio abismal de años de aprendizaje democrático que debe ser emprendido por los actores sociales, y que no podemos soslayar en ningún análisis ni proyecto que haga a Latinoamérica como región ni a sus países como nación.-
Volvamos ahora al punto de partida, cambiemos la perspectiva, hablábamos de la búsqueda del “bien común” en Latino América, especifiquemos ahora de qué manera podemos acercar dicha noción al contexto regional actual. A este propósito, me parece adecuada la concepción que lo entiende como “la riqueza común”, es decir como un conjunto de principios, reglas e instituciones y medios que permiten promover y garantizar la existencia digna a todos los miembros de la comunidad tanto en el plano inmaterial (con el así llamado tríptico “reconocimiento – respeto – tolerancia”) y el plano material (en acceso a la alimentación, la educación, salud, vivienda, energía, etc.)
Teniendo en claro cuál es la meta, podemos dedicarnos brevemente a intentar dilucidar qué necesitamos para llegar a ella. ¿Serán necesarios cambios estructurales? ¿El cambio vendrá de la mano de medidas que puedan adoptarse desde los gobiernos? ¿La dinámica del progreso, es compatible con una nueva ley o decreto? . . . Seguramente, es desde la cúpula gubernativa donde se pueden tomar decisiones y aplicar recetas que conlleven a mejorar el estado actual (o al menos no reproducirlo) de lo “común” que dista de ser un “bien” para todos. Pero no sería suficiente sólo con dichas medidas, en mi opinión, el énfasis deberíamos plantearlo desde la responsabilidad personal de cada socio de esta comunidad, cada ciudadano, en la construcción del cambio que nos acerque al objetivo al que deseamos llegar. Quizá sea más simple mirar al costado, echar culpas a terceros, y quedarnos tranquilos en que somos buenos ciudadanos, pagamos impuestos, etc., y responsabilizar al gobierno siempre, y por qué no, a los demás. Sería difícil e ingenuo esperar respuestas de gobiernos que pocas veces han sabido interpretar la voluntad de su pueblo o bien, habiéndola interpretado, hayan sabido actuarla en consecuencia. La única vía que nos resta ponernos manos a la obra, construir la democracia en su sentido más profundo, darle vida a palabras tales como ciudadanía, participación; en definitiva involucrarse en la cosa pública, hacer nuestro lo que es de todos.
Ello no implica adscribir a la frase, acuñada probablemente con motivos intencionados, que afirma: “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. El fenómeno político resulta por veces muy complejo de analizar y más difícil aún de someterlo a juicios que prediquen la verdad sobre lo que se afirma o niega.
Terminaremos como Weber expresando que quien “intenta lo imposible logra lo posible”, o en nuestro caso, lo necesario. Lo necesario para el cambio; el estado actual de cosas, no hace falta decirlo, debe cambiar. La democracia no debe ser sólo un concepto afable a la abstracción intelectual sino la condición y punto de partida de la plenitud y desarrollo integral del ser humano en sociedad. Dicho cambio debe ser entendido y emprendido por todos los actores sociales, el llamado no es ya a las grandes revoluciones para obtener un cambio en el sistema, sino una oportunidad de madurez de quienes lo componen para que sea aquello para lo cual fue pensado.