domingo, mayo 29, 2005

"Manipulación Democrática", por Lucas Lehtinen

¿Cómo escapar a la paradoja de un país que se enriquece, pero cuyos habitantes se empobrecen? ¿Por qué el respeto de la democracia no conduce a los gobiernos a intervenir en materia de empleo, de vivienda, de salud o de educación de forma que se corrijan las desigualdades más escandalosas? , es que el gris tiñe a Latinoamérica, la esperanza truncada de los pueblos ante cada gobierno, nos demuestra que la predica no condice con la práctica, en donde el continente observa a la mitad de sus habitantes sumidos en la pobreza, la siembra de hambrunas por doquier, la relegación de trabajadores desempleados, la carencia de instituciones que respondan al gobierno del pueblo.
La realidad es que la construcción de poder, ha dejado de lado los intereses públicos para adorar intereses privados que nutren las ambiciones de los gobiernos de turno. Es que los representantes se han convertido en falsos “gerentes” del bien común que persiguen beneficios personales o de su grupo aumentando la ineficacia de sus mandatos.
Lo único que interesa, es la acumulación de poder a cualquier precio, llegar al fin anhelado, desdibujando los ideales democráticos en unicatos, centralizando el poder en el infalible “nuevo monarca”.
Financiamos tu éxito, parecen decir multinacionales que “acompañan” las campañas de los candidatos, aquellas que por “favores democráticos” cambian monedas por concesiones. Ejemplos, de esta actividad, sobran en plano sudamericano: la reciente intervención del Presidente Argentino mediando en el conflicto boliviano, presupone una muestra de ello; sabido son los intereses de la petrolera Repsol en el país del Altiplano, y la intervención de aquel como emisario de la “paz financiera” o estabilidad institucional, como prefieran llamarlo, ante el Gobierno Boliviano, para que no se excedan en los términos de la ley de hidrocarburos.
Las privatizaciones de una década atrás, ocurrida en la mayoría de los países latinoamericanos, nos detalla, a su vez, que pocos grupos manejan los servicios públicos y los recursos naturales de los Estados: así el grupo Suez (Francés) controla las compañías de agua de Argentina y Bolivia (en este último la tarifa del agua es exorbitante y en dólares por un servicio que la mayoría de los pobladores indígenas no puede pagar), Repsol los recursos petrolíferos y gasíferos de la región, particularmente la mayor reserva de este bien preciado en Bolivia. Compañías de Energía son controladas también por trasnacionales francesas, en Chile y Argentina. Ecuador a través de la pérdida de su moneda cambiándola por el dólar, regaló parte de su soberanía. Perú concedió a empresas chinas sus compañías mineras y petrolíferas. Brasil, por iniciativa de Collor de Mello, privatizó varias de sus empresas estatales.
Otros tantos innumerables ejemplos dan muestra de que los partidos no supieron dar cuenta a la coyuntura planteada en aquella década, el apego a doctrinas y recetas extranjeras, como en estos momentos la mediocridad del discurso y la práctica, pintan a la aldea política. Que lejos de escuchar los reclamos, disfrutan manipulando las recompensas de las consecuencias del modelo ¿abandonado? Cambiaron la predica, hoy se quitaron el velo de las atrocidades cometidas, y usufructúan la pobreza y carencias de las personas relegadas por el economicismo planteado. Los mandatarios, aunque no ocupen cargos, siguen vivos en el mundo político, mediante el manejo de “planes sociales”, la utilización de punteros, que acrecientan las arcas del clientelismo y la corrupción dominante.
En definitiva, la relación poder – pueblo, parece derruida por intereses ajenos a su conformación, la estructura del poder popular se ha marchitado en una burocracia interminable de intereses accionarios, financieros, bursátiles y en las vanidades de dirigentes enceguecidos por concretar su realización personal.
Mesa, presidente boliviano, ha probado la esencia de esta política, este sometido a la “encrucijada” de renunciar o mantenerse en su cargo tramito ante el congreso su legitimidad. Aprovechándose de esa popularidad e influenciado por encuestas que le atribuían el 68% de adhesión del pueblo boliviano, intento ir por más, nuevamente se presentó ante el congreso, esta vez, un papel con forma de proyecto de ley, ingresó y fue rechazado, aquel proponía la caducidad de mandatos y las elecciones en Agosto. “Racionalidad y sensatez”, reclamaba Mesa, en su discurso, el día que fue confirmado, quien desnudando su intención, no la tuvo en la arena política.
Un grupo de vecinos se reúne en una esquina, unos ahorristas protestan por la violación de su derecho a la propiedad, otros por subas de salarios, los trabajadores quieren formar una cooperativa para salvar su fábrica, pero pronto... en unos minutos... esa pequeña expresión de consenso y diálogo se ve colonizada por el fantasma de la burocracia, luego un dirigente, el líder, el jefe de ese supuesto movimiento creado aparece ante las cámaras, buscando el impacto que le permita ingresar en el “negocio”. Es que los medios de comunicación son el instrumento cómplice de esta política, valorizando encuestas de porcentajes etéreos, volatilizables en el tiempo. Poco tarda, en configurarse la imagen de una discusión periodística en el escenario televisivo, en donde los intereses de esa multinacional, se exponen en la pantalla; la primera plana de un diario que publica una encuesta respaldando al candidato oficial, o un periodista se “enoja” con un ministro por no ser objeto de las dádivas de ese gobierno.
En estos momentos, la curiosidad por un modelo distinto no parece complacer a la dirigencia, la política del acuerdo o del consenso, es buena en los discursos, en la retórica de las campañas, pero la realidad demuestra que siempre se recurre a una monopolización del poder en pequeños sectores con gran influencia. Quizás, parte de culpa la tenemos nosotros como sociedad en la cual no sostenemos nuestros reclamos de cambio; y preferimos la anestesia de nuevas promesas que nos conducen a creer en ilusiones que se esfuman en el transcurso del tiempo.
Pero en realidad, la anomia popular, esta incentivada por las manifiestas ejecuciones de planes, programas, proyectos, que incluyen cada vez menos al pueblo, y facilitan la persistencia de las viejas redes del poder.
Esas viejas redes fueron incluso amparadas por sectores que bregan por los derechos de los más débiles, es decir, dirigentes que negocian con el régimen, instituciones que transfiguran su rol para compartir las deidades del poder.
Todo ello es la síntesis de la decadencia de valores en la dirigencia, la cual si no negocia no gobierna, sino transa no tiene poder.
Esa posibilidad de cambio, esta latente, de hecho es posible, ¿puede configurarse una sociedad del consenso y funcionar?, esa es la duda que basta por resolver, pues es hora de intentar probarla, o acaso los años de Latinoamérica no han estado marcados por experimentos constantes en el uso de poder. Cabe relacionar con esto otra interrogante ¿Cuál es el poder real de nuestros mandatarios, si comercian permanentemente con el sector privado su poder?
Por ello, cuando se disipa el sueño de la evolución, vuelve el tiempo de la revolución, del la transfiguración de una política hundida en la ignorancia y en la mediocridad de creer que un pueblo progresa con desempleo, pobreza y hambre.